3 de julio de 2015

Tiempo. Algo.

¿Cómo decirte que soy viejo? ¿Cómo decirte que lo que se pudre a veces no es por tiempo? ¿Cómo decirte que ya nada me hace soñar? ¿Cómo decirte que no sé si camino por el sendero adecuado, ni siquiera si sé si camino? ¿Cómo decirte que a veces me pienso muerto, y sin embargo, todavía estar esperanzado? Cómo decirte todo esto cuando acabo de nacer, de respirar, de llorar. ¿Es acaso el tiempo delator de tu destino, de tu lugar, de tu esencia? Qué es el tiempo sino una línea en un mundo curvado, que no tiene cabida por su rigidez aparente, y que existe sólo porque tú lo has creado.

Dame tu mano por favor. No. No tienes mano. Te la cortaron pensando que la extremidad era el cordón umbilical. Qué gracia si uno pudiese respirar por la palma de su mano. Qué difícil sería aplaudir, qué desagradable cortar la cebolla, y qué lindo sería acariciar. 

Pero ya no tengo mano. Siempre puedes suplantarla por una linterna. La mano-linterna. Uno así podría al menos cerciorarse de que vive bajo los parámetros del tiempo, bajo los parámetros de algo. Algo es a veces, de manera incierta, lo que nos da la vida. Es rígido, joder. ¿Pero qué sino es capaz de alimentar tus sueños? No. No alimenta. Está podrido. Pero es algo. Algo. Algo. Algo. Algo. Algo. Yo quiero ser tiempo. Algo.