¿Cómo decirte que soy
viejo? ¿Cómo decirte que lo que se pudre a veces no es por tiempo? ¿Cómo
decirte que ya nada me hace soñar? ¿Cómo decirte que no sé si camino por el
sendero adecuado, ni siquiera si sé si camino? ¿Cómo decirte que a veces me
pienso muerto, y sin embargo, todavía estar esperanzado? Cómo decirte todo esto
cuando acabo de nacer, de respirar, de llorar. ¿Es acaso el tiempo delator de
tu destino, de tu lugar, de tu esencia? Qué es el tiempo sino una línea en un
mundo curvado, que no tiene cabida por su rigidez aparente, y que existe sólo
porque tú lo has creado.
Dame tu mano por favor.
No. No tienes mano. Te la cortaron pensando que la extremidad era el cordón
umbilical. Qué gracia si uno pudiese respirar por la palma de su mano. Qué
difícil sería aplaudir, qué desagradable cortar la cebolla, y qué lindo sería
acariciar.
Pero ya no tengo mano. Siempre puedes
suplantarla por una linterna. La mano-linterna. Uno así podría al menos cerciorarse de
que vive bajo los parámetros del tiempo, bajo los parámetros de algo. Algo es a
veces, de manera incierta, lo que nos da la vida. Es rígido, joder. ¿Pero qué sino
es capaz de alimentar tus sueños? No. No alimenta. Está podrido. Pero es algo.
Algo. Algo. Algo. Algo. Algo. Yo quiero ser tiempo. Algo.
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